Es por eso que estoy empezando a creer en mis propias mentiras.
Ni siquiera recuerdo quien era yo cuando tu y yo nos conocimos. En aquel bar de la esquina en la tercera avenida. Fue un encuentro torpemente delicioso.
Tu ibas tan atareado con tus papeles de oficina y tu móvil y yo, tan torpe con mis nuevos tacones que tropecé por decimonovena vez y te tiré el café en tu traje de etiqueta. Bueno...no se si era de etiqueta, lo que si se es que tenías (y espero que tengas) un gusto impecable.
Nos sentamos en una mesa de madera en frente de un ventanal que daba vista a toda la calle...
Impresionante, como el color de tus ojos y el sonido de tu sonrisa. La mia era torpe igual que mis pequeños pies... Tenía una cita, la cual olvidé al verte reír. Eso si que es una maravilla y no la torre Eiffel... Pasamos horas hablando, toda el medio día y toda la tarde. Yo tenía un examen al día siguiente y tu seguro que mucho trabajo y reuniones pero eso no era tan importante como el sentir tu lengua en la mía. Eso si que es una lengua y no la del libro de texto.
Me hubiese tirado días ahí sin moverme, frente a ti, viéndote reír y haciendo a mi corazón saltar cada vez que me dedicabas alguna palabra cariñosa.
En realidad no mucha gente me da besoa ni me dedica palabras. Quizá por eso me gustaste un poquito más...
O el olor de tu perfume, o tu corbata haciendo juego con el color precipicio de tus ojos... Fueron muchas cosas las que nos llevaron a conocernos. Y solo una nos llevó a separarnos. La (mi) mentira.
Y no sabes como lo odio.
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