Intentamos ser felices, intentamos elegir las acciones que nos vayan ha hacer mas felices. Pero algunas veces fracasamos, inevitablemente.
Porque la vida no es bella, ni perfecta.
Y las personas menos.
Hay días muy buenos, díaa buenos, días regulares, días malos, días nefastos y días en los que te dan ganas de desaparecer una buena temporada.
Te dan ganas de salir corriendo y no parar. De chillar y no parar.
De acabar con todo de una vez. Porque llega un momento en que lo ves todo negro, lleno de sangre y te preguntas ¿De verdad vale la pena tanto dolor?
Te dan ganas de parar el corazón. De tumbarte en cualquier sitio, cerrar los ojos y que sea lo que Dios quiera.
Te sientes mal, fatal. Y cada minuto empeora el dolor que sientes en el pecho. Antes sentías ese dolor en la cabeza, en los ojos... Ahora se va extendiendo y mientras tu alrededor es feliz y la vida sigue la vista se emborrona, las extremidades te fallan y tu no quieres seguir. Pero una extraña fuerza te obliga a seguir. ¿Frustrante? Ya lo creo.
Y es que hay momentos en los que te pones a pensar de verdad y te das cuenta de que te tienes pocas cosas por las que seguir respirando.
Y duele. Duele mucho.
Hay gente que dice que todos estamos solos.
Yo no estoy de acuerdo. Observas por la calle y ves que la gente tiene amigos, familia, pareja que les quieren y les hacen felices. Que envidia.
Y tu te preguntas ¿Por qué ellos si y yo no?
¿Por qué hay gente más feliz que yo, con una vida mejor? ¿He hecho cosas tan malas?
No. He cometido errores, como todos. Pero no he hecho cosas horribles. O sí.
Y tendré que llevarlas sobre mis hombros como cadenas que me aprisionan y recuerdan todos los días lo mal que lo hize y lo gilipollas que fui. Y que sigo siendo.
Luego me preguntan que por qué nunca sonrío.
¿Es broma, verdad?
Por mucha gente compresiva que conociera, ninguna me entendería de verdad. Y eso es triste. Mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario